24/2/09

Recordar no es lo contrario a olvidar



“Every memory can create its own legend”

Lo primero que me viene a la mente cuando pienso en Sans Soleil, es la voz de la narradora leyendo en una de las cartas, que la memoria es para un mundo lo que la historia para el otro; una imposibilidad, que al mismo tiempo está sumergida en el mundo de las apariencias.

A partir de esta idea, el alter ego de Chris Marker, Sandor Krasna, un fotógrafo trotamundos que escribe sus impresiones de las ciudades que visita, se verá seducido por la fragilidad de los momentos suspendidos en el aire y en el tiempo, transformados en memorias que sólo saben dejar atrás más memorias. De esta forma, la lectura se hace desde un tercer punto de vista.

Dando pasos agigantados que intercalan fluidamente, a Japón, las colonias portuguesas del oeste de África, Cape Verde, Guinea-Bissau, Islandia, Ille-de-France, y San Francisco. Las memorias de Sandor Krasna, entretejen una expansiva red de situaciones, con las que reflexiona sobre el funcionamiento de recordar, que no es lo opuesto a olvidar. Descubre que no recordamos, sino que reescribimos la memoria tan fácil como se reescribe la historia, la inmensidad del pasado y su fragilidad, ubicados en el espacio para después ser atrapado por el tiempo.

En la parte introductoria, nos encontramos en Cape Verde, lugar donde surge la pregunta: ¿cómo es posible que se enseñe en escuelas de cine, a no mirar a la cámara,? en seguida una mujer hermosa nota la presencia del cine ojo, y simula no saberlo hasta que por 1/24 de segundo mira con sinceridad a la cámara, en este instante se moldea con la cámara participativa, un público que será testigo de un momento congelado por un recuerdo intacto. Pareciera que las pocas veces que la cámara es intransparente, Chris Maker incrementase la seguridad de la gente observando ser observada.

Sei Shōnagon se puntualiza en los relatos por ser la escritora obsesionada con enlistar cosas, la lista que subraya el trotamundos es la de cosas que hacen que el corazón se acelere, dándole a Sandor Krasna una razón suficiente para recordar que debemos mirar los detalles y aparentes pequeñeces de la vida, para aprehender más y mejores herramientas, aún no estando seguros de que esa lista exista.

Contemplamos un desfile de danza y música en las celebraciones de los vecinos en una de las provincias de Japón, con el montaje creativo se introduce un vago recuerdo de un emú, que también se mezcla con un ritual en África, hasta salir por completo de Japón. Las cartas nos llevan a nombrar los signos para denominar lo que acelera el corazón, la voz femenina narra que para nosotros, un sol no es exactamente un sol, a menos que sea radiante, nuevamente se aborda la importancia de los detalles.

El sonido está estructurado desde la versatilidad, latente en su forma de combinar lo diegético con lo extra diegético, y dejando la voz de la narradora en primer plano, excepto por los momentos de mera contemplación, que se respetan los silencios. El diseño sonoro engrandece los retratos de las calles, los trenes, las miradas urbanas que sin el toque energizante, versátil y colorido de la música no se recordarían con tanta fuerza.

La desorganización de ideas del fotógrafo que nunca vemos, pero que reconstruimos fragmentos de sus viajes a partir de palabras contemplativas, mantienen el entrelazamiento de las culturas y los distintos temas, que nos empujan constantemente a dudar de la verosimilitud de las imágenes, siendo el mismo fotógrafo quien asegura que traspasan el velo de la historia, encargada de borrar la memoria en este mundo de apariencias.

Las referencias a la cultura japonesa son de los fragmentos que mejor explican la inquietud de Sandor Krasna, la secuencia de stills provenientes del supuesto televisor, apuntan que entre más se mira la televisión japonesa más te sientes observado, es una cultura donde las imágenes de publicidad son inmensamente mayores a la gente, voyeureando a los voyeuristas entre historietas gigantes.

El pasaje hindú sobre la flauta que su sonido sólo puede ser escuchado por quien la toca, refuerza la mirada sobre la transitoriedad de las cosas. Que también se podría unir con la idea de que el tiempo no sana las heridas, sino que sana todo excepto las heridas.
Y de este modo, el viajero irá reconstruyendo sus experiencias en Cape Verde con los activistas y la turbulenta situación política y social.

La estética de la fotografía es básicamente cálida, con muchos stills, cámara en mano, fluidez, plano secuencias breves, un ojo genialmente entrenado, pero sobretodo pasión por la imagen digital. El director explora con Yamaneko, creador de video juegos, la posibilidad de que sólo lo electrónico puede lidiar con sentimientos, memoria e imaginación. Obteniendo imágenes que se animan de positivo a negativo, con un efecto de posterización, muy atractivo.
Con pocos botones, Sandor Krasna idealiza sobre lo maravilloso que sería almacenar o materializar la memoria, como la información manipulada en un sintetizador.

Chris Marker insiste en recordarnos, que tenemos la opción de emplear las herramientas y editar nuestro mundo, dirigirlo y escribirlo como se nos antoje, es cuestión de no confundir el pasado y ser víctimas de la memoria.
Casi al final Sandor Krasna, describe sus sueños deconfiando de que sean suyos y no de una totalidad, de un sueño enorme con tintes colectivos del que quizás la ciudad entera se proyecte. Este delirio, lo lleva a explorar el futuro y antes "Vértigo", de Alfred Hitchcock, cómo la única película en la historia que ha sabido manejar el retrato de la memoria demente, la memoria imposible. A partir de la espiral, el ensayo le da la vuelta al espectador, jugando y haciéndolo partícipe de una caída libre, similar al engaño entre espacialidad y temporalidad, remitiéndose al caso de Scotie quien era incapaz de vivir con memoria sin falsificarla, en otra dimensión de tiempo a Zone, que sólo le pertenece a él. Jugando con los signos de la memoria, se contempla desde un punto fuera del tiempo, como la única eternidad que nos queda.

San Soleil mira hacia las primeras encarnaciones de Marker, Yamaneko intenta decir que manipulando las imágenes de esta forma, se delinean los trazos que inevitablemente deja el paso del tiempo, en un mundo en el que la memoria se convierte en un pincel que constantemente cambia el color de los recuerdos, para que se ajusten y encajen con los intereses del presente. Siendo la clave para comprender la inquietud central de Chris Marker, que traducido a Krasna, lo que más le interesa probar es la función de recordar, que puede servir tanto para constituir el sentido de uno mismo, como el proceso colectivo de olvidar una versión oficial de la historia. Siempre generando signos de interrogación penetrantes, formulados a partir de una variedad de experiencias que pueden ser tan identificables como negadas por el interés de los pocos encargados en construir y estructurar una identidad nacional.
En definitiva, Sans Soleil es un ensayo antropológico y vanguardista, que se basta desde el propio título, sin sol, para relatar la historia de un hombre que olvidó cómo olvidar.

Este es un fragmento del principio de Sans Soleil,

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