24/4/09

NOCHE y NIEBLA


Una reflexión profundizada en el exterminio organizado y que de manera sutil, va trazando una línea paralela con tintes poéticos. Primero porque Alain Resnais recurre a la contribución de las imágenes a color, que ensamblan y representan los sitios y recorridos de los campos de concentración, pero una década posterior a la guerra. Otra convención que lo acompaña es la de la “voz over”, juntos se encargan de establecer muchas preguntas que no necesariamente cuentan o necesitan de una respuesta, puesto que el pasado ahí está, en los restos y sendas, en nuestra memoria o ilusoria reconstrucción de los acontecimientos. La poética de la imagen radica justamente en el recorrido que muestra a la naturaleza aflorada, los matorrales y hierbas cubriendo el espacio donde sucedió el acontecimiento más doloroso de la historia, un orden que continúa su camino sin importar lo que haya sucedido, mensaje agudamente esperanzador. Por otra parte, las imágenes de archivo en blanco y negro, atroces y altamente viscerales, funcionan para apoyar esa memoria atorada en la viva prueba de que la verdad no sólo queda en la ilusión sino en películas reales, tomadas por miembros nazis, que revelan la exactitud de los hechos. Además entra la incertidumbre y la ansiedad por saber, ¿quién en este mundo puede tener los cojones y el corazón tan helado como para filmar los sucesos dentro de los campos?. En ese momento, el cine seguía siendo una herramienta militar muy valiosa, las imágenes no estaban destinadas a ningún público, sino que eran de uso meramente militar. En efecto, durante el Tercer Reicht, se solicitaban esos filmes para comprobar que las estrategias de exterminio sistemático se estuviesen llevando a cabo, por lo que el documental de Alain Resnais fue pionero en mostrar el material archivado por el ejército nazi.

Consiguientemente, la utilización de la fotografía a color alternada con la de blanco y negro, para 1955 era toda una novedad con una propuesta inteligente y contundente, que sugiere precisamente el fin de una guerra, el fin del sufrimiento, representado por el blanco y el negro, yuxtaponiéndose a la memoria, los restos cubiertos, el pasado esfumado, que con las imágenes a color se adquiere la forma de en un momento histórico consolador, que desde 1955 ha continuado.
El tono se apoya de estos cambios de color simulando un viaje entre el pasado y el presente. Desde el inicio del documental, con un travelling sobre las vías del tren se figura un recorrido mental, donde la voz se hace presente desde la experiencia.
El guión de Jean Cayrol, basado en sus poemas, esta cargado de misterio estremecedor, pues es el contrapeso a las imágenes cargadas de una sensibilidad absoluta y crudeza agudas, que a su vez proporcionan al espectador un respiro con ciertas pausas sutiles, para contrarrestar también, la sensación de impotencia.

No podemos ver la muerte directamente, sino que sólo puede ser representada poéticamente, pero lo que hizo de este documental ser genuino en su momento, son las imágenes con los cuerpos putrefactos o los huesos aglomerados. Puesto que cualquier visión de guerra, sin cuerpos o sin la representación de lo que deja la muerte, no provoca ni se acerca a puntualizar la memoria documental.

La catarsis es la única forma de sentirse como parte del horror, por medio del texto dividido en dos puntos de vista. Una es la del poeta y otra la del testigo que recorre los senderos donde ya no hay nada, pero que se sigue sintiendo perteneciente a ese pasado.
Si quitáramos las imágenes a color que representan la memoria, la voz de Jean Cayrol permanecería latente desde el recuerdo, lo que permite fundir el entrelazamiento con el tono y el espectador.

La música de Hanns Eisler acompaña majestuosamente las imágenes de los cuartos vacíos o los espacios abiertos, que incitan por un lado, a la mente a rellenar huecos, y por el otro a enfrentarnos ante las imágenes fatalistas que no muestran el proceso ni los medios completos, pero que abren todo camino para imaginarlo.
El título hace referencia al decreto Noche y Niebla, inspirado en una obra de Richard Wagner, “con la que se da a conocer una directiva del gobierno del Tercer Reicht para la eliminación física de oponentes políticos y miembros de la resistencia en los territorios ocupados, pero que también fue aprovechada para el asesinato de prisioneros de guerra, una violación grave de los derechos de los combatientes protegidos por la Convención de Ginebra.”

Alain Resnais siempre ha sido un realizador apto para construir un presente cargado de consciencia, de empapar a sus espectadores con una verdad objetiva y clara sobre el pasado, cargada de información desgarradora pero cubierta de un velo poético de abstracción introspectiva.
La huella que deja con “Noche y niebla” es gracias a que toca el punto sobre las brutalidades del holocausto, algo que muy pocos se habían atrevido a tocar, enfocándose a la responsabilidad colectiva, que no sólo mira a la Alemania, sino al resto de Europa y el mundo.

El cine documental que abordaba el trauma del holocausto, por lo general, no buscaba cuestionar al espectador de la causa y efecto de las atrocidades, tampoco intentaba descubrir la pieza extraviada del rompecabezas que pintara un pasado menos sombrío. En el caso del visionario Alain Resnais, se logró presentar los eventos terroríficos en su estado más bruto, narrado por la voz de un poeta sobreviviente y talentoso testigo, que intentó exponer que había sido tan grave la falta de responsabilidad colectiva, como el acontecimiento en sí, porque el holocausto no sólo afectaba a los que estaban dentro, sino que debía ser para 1955, un tema que convocase a todas las naciones del mundo a reflexionar hasta comprender, que ningún acontecimiento de esa calaña puede repetirse, dejando al holocausto empolvado en el pasado.

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